Foto por Fernando Castro Cid
Provisto de un pulidor artesanal, Emilio Hemmelmann Mostraj está terminando la figura de un rey mago para completar pronto uno de los tantos pesebres que le han encargado en esta Navidad.
Y, aunque ciertamente las condiciones han cambiado, parece hacerlo con el mismo afán que tenía cuando hace más de 40 años dio sus primeros pasos en la alfarería, guiado por su padre, salpicado o chorreado de greda, ansioso por descubrir el resultado del noble trabajo hecho con sus manos.
En efecto, recuerda, siendo todavía un niño quedó fascinado por las creaciones con moldes que comenzó a preparar “al vaciado”, técnica con arcilla líquida mediante la cual podía hacer muñecos, conejos y otras reproducciones, cuyas formas definitivas aguardaba con gran expectación.
HERENCIA GERMANA
Así fue como despertó su gusto y pasión por este oficio al que prácticamente ha dedicado su vida, desde que lo aprendió a través de su progenitor, Emilio Hemmelmann Ducomun, quien a su vez se abrió camino en el rubro al sumarse a la iniciativa empresarial de Bartolomé Serra -casado con Matilde Hemmelmann Ducomun-, pionero de la cerámica en Nacimiento durante el primer cuarto del siglo XX.
Pero a diferencia del visionario emprendedor y de su tío Julio, inclinados por la fabricación de tejas, ladrillos y otros elementos de construcción, Hemmelmann Mostraj siguió la línea artesanal y ornamental como una especie de legado recibido de su padre.
Tal opción le ha permitido especializarse en la elaboración de productos utilitarios, entre ellos ollas, pailas, fuentes, juegos de té y sets de cocina de 24 piezas, y al mismo tiempo en artículos más bien decorativos para exterior e interior, tales como ánforas, jarrones, columnas, maceteros y jardineras.
A éstos le da forma al interior de la Cerámica La Rivera, ubicada a solo pasos del Fuerte, donde mantiene el taller más grande y tradicional de la comuna bajo una estructura levantada después del terremoto del ‘60, espacio reconocido además por haber sido la escuela de la mayoría de los artesanos locales que se iniciaron en décadas posteriores.
CALIDAD Y CREATIVIDAD
Gran parte de su fama y consolidación radica en la materia prima que utiliza, obtenida a 8 kilómetros de la ciudad en el fundo El Tambillo -propiedad de los Wynecken, también empresarios ceramistas y colonos alemanes- y apreciada a nivel nacional por sus incomparables cualidades, especialmente su elasticidad, comprobada años atrás través de un estudio de investigadores de la Universidad de Concepción.
Por cierto, la calidad de esta greda implica que puede resistir hasta 1.300 grados de temperatura para efectos de cocción y que las piezas fabricadas no se partan sino que tengan una alta durabilidad.
Mantenerse fiel a la tradición no le ha impedido ampliar su mirada y adoptar algunos avances tecnológicos, en particular al incorporar a su lugar de trabajo un horno eléctrico a fin de complementar la utilidad del que funciona a leña, todo un símbolo de los albores de una industria que está próxima a cumplir su centenario en territorio nacimentano.
Heredero ilustre de ese emprendimiento, Emilio Hemmelmann aplica en sus procesos, a la vez, un alto y creciente grado de creatividad, plasmada en diseños originales, innovaciones técnicas y nuevos productos que son fruto de ideas propias o compartidas con el público y los expertos del área, como diseñadores, decoradores y paisajistas.
De esta manera, acumula hasta ahora unos 120 diseños de su autoría y más de 400 moldes de yeso para diversas figuras, empezando a usar recientemente, por ejemplo, el esmalte gres, material que otorga una tonalidad natural de singular valor estético, parecida a la tierra o de aspecto envejecido.
Su preocupación por mejorar y superarse a sí mismo cada día, ha tenido como recompensa la preferencia de clientes de diferente envergadura y de distinta procedencia, desde particulares absolutamente desconocidos hasta empresas como el Hotel Sheraton, desde vecinos del sector que apuestan por un regalo autóctono a turistas extranjeros que se llevan sus productos de ferias internacionales de Santiago, Concepción y Valdivia.
EMPRESA FAMILIAR
Eso le significa destinar generalmente el día entero a su añorada actividad laboral, porque, más allá de que su jornada habitual se extiende de las 8 de la mañana a las primeras horas de la noche -casi todos los días del año-, debe darse tiempo para tornear, orear, pulir, hornear, barnizar o esmaltar y vender sus piezas, junto con asegurar el abastecimiento de arcilla, leña y energía eléctrica en su centro de operaciones.
Para lograrlo, la suya se ha transformado en una verdadera empresa familiar, haciendo partícipes de los esfuerzos requeridos y éxitos anhelados a su esposa, Liliana Díaz, y a sus dos hijos, Álvaro y Pablo, cifrando en estos últimos su esperanza de que el oficio transmitido hacia él en sus años de infancia siga fluyendo como el talento y la sangre que ya corren por las venas de ambos.
El mayor de ellos se le acerca y llena de ilusión a este alfarero nato, mientras su padre da los retoques finales a uno de los tres reyes magos a pocos días de la Nochebuena, deslumbrado, ansioso y maravillado, como un niño redescubriendo una y otra vez el tesoro que un día le confiaron.